Autora: Laura Dib
El discurso de derechos humanos es usado a veces de forma tan equívoca y contradictoria como los textos religiosos. Pareciera entonces que su aplicación dependiera de su interpretación y, en ocasiones, se suscitan hechos tan contradictorios como el uso del discurso de los “derechos humanos” de unos, para justificar la violación de los derechos humanos de otros. Un método verdaderamente orwelliano.
Los derechos humanos son inherentes a nuestra condición de persona, nacemos con ellos; por tanto, su violación no significa que dejen de existir para nosotros. Si bien es cierto que la creación de un cuerpo normativo internacional para su promoción y defensa ha implicado ciertos sesgos ideológicos, también es cierto que no existe un argumento lo suficientemente persuasivo para afirmar que el mundo estaría mejor sin él.
Ahora bien, no basta con la existencia de dicho cuerpo normativo, sino que es necesaria la interacción entre las normas, las víctimas de violaciones de derechos humanos, la sociedad civil, las organizaciones internacionales y los Estados. Es precisamente esa interacción la que hace posible exigir una rendición de cuentas a los responsables de esas violaciones y la que permite el fortalecimiento de las instituciones democráticas, a través de un diálogo constante y fluido. Es por eso que los derechos humanos no pueden ser concebidos como algo superior, propio de los abogados especialistas en la materia o, peor aún, propio de los abogados exclusivamente. Su ejercicio efectivo depende necesariamente de la interdisciplinariedad y de la capacidad de responder a situaciones propias del contexto. De modo que el problema radica, no en la aceptación de si existe o no un único discurso de derechos humanos, sino en la manera en que cada sociedad lo adopta y decide hacerlo efectivo.
Recientemente, he tenido contacto con diversos grupos que estiman que, aun en las condiciones más inhumanas, la responsabilidad no recae exclusivamente sobre el Estado, sino que - como sociedad- tenemos una responsabilidad compartida frente a este tipo de situaciones. En primer lugar, creo que es fundamental - sobre todo en aras de garantizar la justicia -, entender que ciertamente el Estado tiene unas obligaciones de respeto y garantía ineludibles, que permiten que, frente a una acción u omisión respecto de tales obligaciones, se le atribuya la responsabilidad internacional por la violación de derechos humanos.
Sin embargo, no deja de ser esencial el reconocimiento de nuestra responsabilidad como ciudadanos frente a la violación de derechos también. El ejemplo más claro de ello lo vemos en el plausible desarrollo actual del derecho internacional de los derechos humanos en materia de responsabilidad de las empresas. Ahora bien, existen otros ejemplos menos patentes. ¿No somos acaso co-responsables por la violación de los derechos de los niños y niñas en Bangladesh, China o India que producen artículos de moda que tanto nos gusta consumir?, ¿No somos al menos parcialmente culpables de la explotación de menores en Thailandia por el consumo del atún que ellos pescan?, ¿Es que acaso no somos conscientes de que el costo de las cosas implica su valor en términos de sostenibilidad también? En otro orden de ideas, ¿la participación en actos de corrupción considerados “pequeños”, como sobornos a policías, no socava la institucionalidad democrática de todo un país?, ¿la manera en la que nos conducimos como ciudadanos todos los días promueve una cultura que fomente el respeto de los derechos humanos?
¿la manera en la que nos conducimos como ciudadanos todos los días promueve una cultura que fomente el respeto de los derechos humanos?
Sí, el Estado conserva una posición como garante de los derechos que no se debe desdibujar. Pero también nosotros, los ciudadanos, tenemos una función decisiva en la garantía y ejercicio efectivo de los derechos humanos. Tenemos la responsabilidad de exigirle al Estado el respeto de los mismos y trabajar con él para lograr su realización, y tenemos asimismo una responsabilidad de actuar conforme a los principios sobre los que se basan esos derechos, que son propios de todo ser humano. Así, estaremos fortaleciendo las instituciones, al tiempo que promovemos una cultura de respeto por los demás y llenamos de contenido el significado de tener derechos inalienables e inherentes a nuestra condición de seres humanos.
Como sociedad hemos tejido nuestra empatía en atender a los necesitados, a quienes se han visto afectados por la violación de los derechos humanos, y si adicional a ello todos viralizamos las buenas prácticas para protegerlos, si estimulamos la innovación en nuestros niños y adolescentes en cuanto a la promoción de los mismos y buscamos formas creativas de promover esa cultura, estaremos edificando una sociedad más responsable.
Nuestra sociedad actualmente se reinterpreta en nuevos contextos comunicativos, influencers, hashtags, tendencias entre otros. Es por tanto el momento de reflexionar, cultivar y sembrar en los corazones de cada uno de nuestros vecinos, amigos y desconocidos la opción de inspirar al prójimo, de fomentar la sonrisa como hábito, de tejer confianza social como mecanismo en la era de transformación digital.